Tropezando de nuevo con la misma piedra...
Hace mucho tiempo existió una fortaleza impenetrable.
Era de roca sólida, pegada con los recuerdos de decepciones pasadas.
Construida sobre un santuario de dolores lejanos, guardaba el acceso a sentimientos hace mucho tiempo olvidados.
Inexpugnables, por ser de rencor y resentimientos, las paredes de la fortaleza majestuosas se erguían, presidiendo el desolado valle de cicatrices mal curadas.
En este árido pero pacífico paisaje, acontecía el ir y venir de los días, inmutable ante cada prueba, la fortaleza resistía.
Y de pronto, un día, en el cielo de los haberes desventurados, se dibujó una sonrisa, cubriendo este cielo con nubes de alegrías, en apariencia superficiales.
Las nubes iban y venían, y en cada aparición, perduraban más que la anterior.
Y llovió...
Llovió esperanza, que como ácido perforó las paredes del castillo, dejando penetrar en el que solía ser el más oscuro, lejano y profundo cuarto, un pálido brillo.
Pero en este cuarto se encontraba el sentimiento más delicado de todos, para el que se construyó la fortaleza, esperando que jamás volviera a ver la luz de afuera.
El amor...
A través del agujero pudo ver la sonrisa en el firmamento, y, como en tiempos ya muy remotos, comenzó a hincharse.
Y siguió creciendo, fracturando las paredes de la fortaleza, luchando por salir.
Hasta que finalmente la fortaleza explotó, y el amor creció como jamás lo había hecho y con la lluvia se alimentó más cada día.
Después, como un rayo, llegó al valle un amor extraño, cayó del cielo y se mezcló con el amor recién liberado.
Y ambos se unieron, soñaron, vivieron, crecieron, rieron… fueron felices, sembrando en el valle promesas y cosechando alegrías.
Y así, el desolado valle floreció de nuevo, quedando cubiertas sus cicatrices por el verde follaje de emociones nuevas, y de felicidad nunca antes conocida.
Se pensó que la decisión de aislar al amor había sido un grave error, que todo era más fértil y mejor ahora que estaba fuera y había encontrado otro amor con el cual florecer.
Y por mucho tiempo se preguntaron quién y por qué había construido la fortaleza, por qué tratar de proteger algo que una vez crecido, parecía fuerte, invencible, indestructible.
Dominaba el esquema de las cosas con su esencia y llenaba el horizonte con fantasías y deseos.
Pero al cabo de un tiempo, una sombra desconocida cubrió el valle y dejó de llover la esperanza.
El amor, que todo lo cubría, se partió en dos. Se separaron el amor venido del cielo y el amor que había sido liberado de su fortaleza.
Intentaron unirse de nuevo, lograron hacerlo, pero no completamente como antes, hasta que de nuevo se separaron.
Lo intentaban una y otra vez, y cada vez se unían menos y con menos fuerza que la vez anterior.
Y las semillas que sembraban, eran cada vez más débiles, y sus frutos cada vez más pequeños e insípidos.
Con cada unión y separación más y más se lastimaban, se herían, se cuarteaban.
Sin saber cómo, sin saber por qué, el amor del cielo montó sobre su rayo y ascendió de nuevo, la sonrisa en el firmamento se borró, y el amor de la fortaleza, malherido, triste y solo, comenzó a empequeñecer.
El follaje del valle murió, revelando que las cicatrices aún seguían ahí, acompañadas por las heridas nuevas de los frutos muertos del olvidado amor.
Las nubes se fueron, mostrando como el cielo, a pesar de estar cubierto, era todavía de desventuras y dolor.
Todo empobreció, más que antes. Recogieron al débil, pequeño y de nuevo frágil sentimiento. Ahora todos recordaban por qué hace tiempo se le aisló.
Y la fortaleza fue construida nuevamente, con las piedras de la decepción que habían quedado al marchitarse el amor.
Más grande, imponente y majestuosa se construyó, pensada para que el amor jamás pudiera salir de nuevo.
Ahora la fortaleza está ahí, inmutable, reforzada, inmune a cualquier esperanza, a prueba de toda fe, indiferente ante la soledad.
Cuando tu sonrisa iluminó mis cielos, la esperanza de un futuro contigo inundó mis campos, el brillo de tu compañía hizo crecer mi amor por ti. Te dejé entrar en mi corazón, te conté mi vida, dejé que destruyeras mis muros. Fuimos felices, sembramos muchas cosas, compartimos muchas alegrías.
Te amé. Aún te amo, te amo y te extraño tanto que me asfixia, por eso el amor ha sido de nuevo encerrado, por eso ahora la fortaleza es más grande y sólida, por eso ahora lo acompañan en su encierro la compasión, la dicha, el perdón y la alegría.
Para que el amor no vuelva a escapar nunca, nadie nunca más pueda derrumbar las murallas. Mis sentimientos han sido sellados.
De nuevo reina la tranquilidad...
El valle es estéril, pero tranquilo. Bajo el inerte y gris cielo transcurren con calma los días. Las heridas cicatrizan. Todo es inmutable otra vez. Me encuentro por fin, en paz.
Así será por el resto de mis días, mi reino interior abandonado, solo, estéril, árido...
La fortaleza se alza de nuevo, contra el horizonte de desencantos que tu partida dejó.
Todo es, al fin, paz...
Adiós para siempre, mi amor...
Sólo queda una cosa que no me puedo explicar... ¿qué fue esa sombra desconocida que un día apareció y acabó con todo?...
Y...
¿Qué es esa pequeña e insignificante planta que crece solitaria en el fondo de una grieta olvidada, en la esquina más remota del valle?...
Está húmeda...
¿Acaso llora?...
Podrá pasar el tiempo...Podrá la sombra atrapar la luz, podrá la oscuridad opacar la luz, pero lo que no podrá pasar es...Olvidar lo vivido, ignorar las cicatrices y las grietas en el alma...
Aún así, no hay que dejar de creer en el amor, aunque las decepciones te hayan herido, aunque las desilusiones entristezcan tu corazón, hay que mantener la esperanza viva por una vida mejor.
Cada historia de amor es diferente, cada persona que llega a tu vida es diferente, con forma de ser diferente y con sentimientos diferentes...
Cuando pasas por experiencias negativas, es bueno tomar un tiempo para sanar y reflexionar, para luego iniciar otra historia junto con la luz del sol en un nuevo amanecer...
La vida es corta, por lo que todo tiempo es bueno amar...Ríe, vive, canta, ama y se feliz...